La apariencia física es un concepto que ya se ha considerado como algo básico en una sociedad en la que la importancia de demostrar qué somos y a qué aspiramos es cada vez más relevante. La ropa que llevamos, con quien nos juntamos, qué hacemos, cómo llevamos el pelo o qué colonia utilizamos revelará un estatus y una pertenencia a una clase social o incluso a un tipo de pensamiento.
Esta obsesión por el culto al cuerpo ha hecho que surjan disciplinas deportivas que permitan dedicarse profesionalmente a ver cuál es más bonito, cuál es más musculado. Y ni qué decir del mundo de las pasarelas, donde los rigurosos controles han sido durante los últimos años algo que ha estado puesto en tela de juicio, siendo los organismos que defienden la salud quienes han estado denunciando constantemente las malas praxis por la extrema delgadez de sus modelos. Finalmente se han adoptado medidas y son ya muchos certámenes quiénes exigen un peso mínimo e incluso unos informes médicos que garanticen que tanto los chicos como las chicas que desfilan se encuentran en un estado de salud óptimo.
La imagen de la extrema delgadez está siendo reemplazada por una imagen más musculada donde el consumo de los suplementos deportivos y la figura de los entrenadores personales y los nutricionistas han resultado ser un boom.
Y más allá de conseguir un cuerpo definido y bonito de forma natural, la aparición de técnicas como la liposucción o la cirugía estética plantean el dilema moral de cuánto es importante la apariencia física. Operaciones de pecho, de nariz y de orejas son las más recurridas en nuestro país. El cuerpo se ha convertido en “una percha” en la que vamos añadiendo accesorios para construir un rol social y definiendo unas aspiraciones que cada vez distan más de lo moral.
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